Cicatrices: su importancia en el tratamiento osteopático
Las cicatrices son el resultado de la reparación del organismo ante el daño provocada por traumatismos, accidentes, cirugías, enfermedades infecciosas, quemaduras, etc.
El cuerpo es muy inteligente y estos procesos los realiza de forma eficiente, aunque en algunas circunstancias las cicatrices son rígidas y generan disfunciones (perdidas de movilidad).
El lugar donde se ha producido la herida, es rellenado con células llamadas fibroblastos, y algunas de ellas tienen capacidad de contraerse (miofibroblastos); esta capacidad de contracción permite que la herida se cierre.
Muchas veces este estado de “contractibilidad” sigue presente en la zona de la cicatriz (inclusive por años), y estos casos son los que generan desequilibrios en el organismo.
Es muy frecuente y necesario tratar las cicatrices dentro de la sesión de Osteopatía, y en algunas personas es imprescindible hacerlo (por ejemplo en casos que se han generado cicatrices queloides, un tipo más rígido de cicatrización).
Existen pacientes que resuelven sus síntomas por el simple hecho de ser tratados por una cirugía antigua, que ha generado adherencias o tensiones anómalas.
Estas fuerzas generadas por la cicatriz se transmiten por todo el sistema corporal a través de la fascia (membrana fibrosa que envuelve todas las estructuras del cuerpo y las interconecta).
Un ejemplo clásico son las pacientes que les han realizado una cesárea, y poseen dolor lumbar: al tratarles la cirugía se libera la movilidad del sacro, ya que este conecta con el útero por el ligamento sacro-recto-útero-vésico-pubiano.
El objetivo de la osteopatía es buscar disfunciones (perdidas de micromovilidades), y en esta búsqueda están incluidas las cicatrices que generan adherencias y tracciones sobre los tejidos, pudiendo producir dolor, desequilibrio y un mayor gasto de energía.