Cuando respiramos se contraen distintos músculos, y gracias a esto se moviliza la jaula torácica permitiendo la entrada y salida de aire de nuestros pulmones.
Existen músculos principales de la respiración (diafragma) y otros accesorios, llamados así porque ayudan a los primeros (cuando es necesario).
Los músculos respiratorios accesorios del cuello (Escalenos, Esternocleidomastoideos, Trapecios, etc.) nos ayudan a respirar más rápido durante cortos periodos de tiempo.
Por otro lado, si respiramos de manera rápida constantemente (o muy frecuentemente) estos se sobrecargan y fatigan, pudiendo producir dolor.
Es lo mismo que ocurre con la musculatura de las piernas después de correr una larga distancia.
Si descansamos, el dolor de las piernas desaparece, y lo mismo sucede con los músculos del cuello y hombros: si respiramos más pausadamente, permitimos que estos descansen, se recuperen, y los mismos se relajen.
Por otro lado, al respirar demasiado rápido generamos mayores cantidades de adrenalina, produciendo una sensación de agitación e inquietud.
En cuanto a la fatiga, respirar demasiado rápido puede agotarnos.
Cada vez más médicos y psicólogos recomiendan realizar ejercicios de respiración para relajarse (existe un creciente interés en “respirar del modo correcto”).
El yoga, la meditación y el mindfulness se están popularizando cada vez más y existen cada vez más pruebas científicas de los efectos beneficiosos de los ejercicios respiratorios y la meditación.
La ciencia está construyendo un puente entre las antiguas técnicas de meditación y la medicina occidental.
En la próxima entrada hablaremos de un ejercicio específico de respiración, que aplicado unos breves minutos puede cambiar notablemente nuestra fisiología.
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