Cuando existe una armonía entre el corazón y el cerebro estamos en un estado de coherencia cardiaca o coherencia neurocardiovascular.
A diferencia de la idea generalizada de que el cerebro dirige la actividad del corazón, así como del resto de órganos de nuestro cuerpo, hoy sabemos que el corazón ocupa un lugar central como director de orquesta en nuestro organismo.
El corazón emite señales electromagnéticas y produce hormonas que influyen sobre el sistema nervioso central:
ATRIOPEPTINA: hormona implicada en el control del equilibrio del agua y los minerales del organismo y con capacidad para inhibir la producción de hormonas del estrés.
OXITOCINA o «la hormona del amor»: involucrada en los sentimientos de conexión y generosidad y el establecimiento de relaciones de confianza y fidelidad.
El corazón tiene también una importante actividad eléctrica; de hecho, el corazón es el órgano del cuerpo que produce mayor cantidad de electricidad, con una potencia 5.000 veces superior a la del cerebro.
El campo electromagnético del corazón es un gran imán, que nos envuelve en los 360 grados de nuestro cuerpo con un alcance de entre 2 y 3 metros.
La coherencia cardíaca es una herramienta muy útil para mejorar la salud a todos los niveles: físico, mental y emocional.
Por otro lado, con solo unos minutos de práctica ya obtenemos los beneficios de la misma.
Ensayos clínicos han demostrado que la coherencia cardiaca contribuye a disminuir la hipertensión arterial, las arritmias cardiacas, el síndrome de déficit de atención e los niños, el dolor corporal, ayuda a mejorar la calidad de sueño, el nivel de energía global, el estrés, etc.
Cuando sentimos enfado, frustración o rabia, las señales eléctricas del corazón son caóticas. Con amor, compasión o gratitud, las ondas del corazón son estables y ordenadas. Y esto se transmite tanto al cerebro como al resto del organismo.
Ahora si, en la próxima entrada explicaremos un simple ejercicio para desarrollar y “entrenar” la coherencia cardiaca.
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