Existen procesos fisiológicos en los cuales el organismo se vuelve “más fuerte” por el hecho de tener ciertos estímulos que podríamos pensar que son nocivos, pero en una baja dosis pueden mejorar mucho la adaptabilidad y resistencia del cuerpo.
A esta respuesta se le conoce como hormesis.
Un ejemplo claro es el ejercicio físico, generando “daños” en las fibras musculares; estas deben "repararse" y esto hace que el músculo crezca y presente mayor adaptación para un estrés futuro (podremos hacer más fuerza o correr más si tenemos esta dosis hormética previa).
Existen una gran cantidad de agentes horméticos entre los que se encuentran el ejercicio, la restricción alimentaria, la radiación, el calor, el frio, los metales pesados, los antibióticos, el etanol, los agentes prooxidantes.
Cuando las células de mamíferos, incluyendo las de humanos, se exponen a dosis bajas de agentes oxidantes, en tan solo nueve horas la expresión de genes protectores aumenta, permitiendo que las células “adaptadas” o “acondicionadas de manera hormética” sean significativamente más resistentes a un estrés oxidante posterior, incluso unas quince o treinta horas después del estímulo.
Por todo lo anterior, la hormesis ha emergido como una manipulación importante para retrasar el envejecimiento, pero, a pesar de que se han estudiado múltiples combinaciones de estresantes horméticos en diferentes modelos animales, el mecanismo de hormesis durante el envejecimiento no se ha explicado completamente.
Por ejemplo, en estudios sobre el efecto hormético en el envejecimiento, se encontró que las moscas D. melanogaster sometidas a estrés térmico tuvieron mejor respuesta ante dosis mayores de estrés en la vida adulta.
De manera interesante y asociado a esta protección, se encontró un aumento en la producción de la proteína de respuesta al estrés térmico HSP7041.
“El Ser Humano necesita dificultades; son necesarias para la salud” (Carl Jung)
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