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Cuarta ley de la Osteopatía: la ley de la arteria




En 1874, el creador de la Osteopatía Andrew Still comparaba al cuerpo humano con un campo fértil: si no es regado, la cosecha será inviable y no crecerá, se secara.


Algo parecido ocurre con el cuerpo humano: es fundamental la correcta circulación de los líquidos para el normal funcionamiento de sus células.


Cuando hablamos de líquidos, no solo nos referimos al flujo arterial, sino también el flujo de cualquier líquido orgánico, incluidos los líquidos arterial, venoso, linfático y cefalorraquídeo.


Cada célula del organismo se encuentra rodeada de agua, si ese espacio extracelular (el espacio que rodea las células) posee un intercambio libre en sus fluidos, entonces podrán llegar los nutrientes necesarios y eliminarse los desechos producidos por el metabolismo celular.


Por tanto, cualquier trastorno en este sistema líquido tendrá un efecto, de forma directa o indirecta, sobre el bienestar del individuo.


Para que estos fluidos circulen libremente, es fundamental que el movimiento de todas las estructuras y tejidos del organismo se encuentren libres, permitiendo el flujo de los mismos.


Al liberar las disfunciones (perdidas de micromovilidades) con ayuda de la Osteopatía, se logran mejorar todos los procesos antedichos logrando mayor bienestar en la persona.

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